La palabra apócrifo significa algo escondido, o algo que es un secreto. Esta definición más bien es aplicada a unos libros que aparecieron entre los dos Testamentos: El viejo y el Nuevo. Estos pueden llegar hasta dieciséis libros, y su valor literario ha sido medido a través de los teimpos de forma diferentes. Otros libros de la historia de los judíos que la Biblia recomienda leer, y que no son parte de los 66 librios inspirados por el Espíritu Santo, tienen sus nombres específicos. No así los llamados libros apócrifos. Aunque los hebreos durante la dispersión en Egipto los estuvieron es estima, aunque no reconocidos como inspirados, incluyendolos en la Septuaginta, fueron eliminados del canon hebreo por los judíos de Palestina. La Iglesia Católica Romana en el Concilio de Trento, 1546 D.C., declaró a once de estos libros como canónicos. En algunas de sus versione católicas modernas estos aparecen. Los libros son: 1 Esdras; 2 Esdras; Tobías; Judit; Adiciones al libro de Ester; Sabiduría de Salomón; Eclasiástico; Baruc; Epístola de Jeremías; Canción de los Tres Jóvenes; Susana; Bel y Dragón; Oración de Manasés; 1 y 2 Macabeos. El problema estriba, entre otras cosas, que Dios entregó en exclusividad los libros sagrados, las Escrituras (Romanos 3:2). Además, Jesús nunca los citó, y no se sabe si los apóstoles en alguna ocasión los mencionaron. La inmensa mayoría de los padres de la iglesia no los consideraban inspirados. Para sellar su no inspiración Divina, los hebreos no los incluyeron en su canon de las Escrituras.
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